domingo, 24 de abril de 2016

Las ruinas de la guerra



La primera vez que vine a Camboya fue el 31 de diciembre del año 2000, nueve años después de que se firmara el acuerdo de paz que pondría fin a una guerra civil que duró más de treinta años y de la que nosotros en Colombia apenas nos enteramos por las películas de Hollywood. En esa guerra los jemeres rojos, guerrilla comunista guiada por Pol Pot, aplicaron una estrategia de aniquilación cuya maldad supera cualquiera de las tácticas de Hitler. Casi un tercio de la población del país fue exterminada por ese ejército que anunciaba una nueva era.
Lo que más me gustó de este país hace dieciséis años fue la ciudad de Angkor, una metrópoli antigua de grandes templos, cuna del Imperio jemer desde el siglo IV hasta su abandono en el siglo XV, cuando comenzó a ser cubierta por la vegetación. En ella se veía el paso del tiempo, la selva se había tomado cada uno de los templos y árboles gigantes encontraban su camino en medio de los ladrillos de cientos de años. Hoy, cuando regreso, me maravillan nuevamente las construcciones abandonadas y tomadas por la naturaleza, ya no en los templos de Angkor, donde se rezó primero en honor a los dioses hindúes y luego a Buda, sino en Kep, un pueblo minúsculo en la frontera sur con Vietnam donde estoy desde hace un mes, una especie de Coveñas en el golfo de Camboya, un paraíso tropical al que llamaron la “Francia asiática”, donde los ricos franceses venían a veranear y que fue abandonado de afán entre 1970 y 1975 como todos los demás centros urbanos del país.
Cuando Pol Pot y su ejército de los jemeres rojos se tomaron la capital en 1975, después de cinco años de guerra civil, corrió el rumor de que Estados Unidos iba a bombardear Phnom Penh, la capital. Los habitantes de la ciudad huyeron despavoridos con lo que les cabía entre las manos, quien se negara a salir era asesinado de inmediato, era la estrategia de los vencedores; en cuestión de días todos los centros urbanos quedaron desolados. La gente de todo el país fue enviada a campos de concentración y granjas de trabajo, repartieron grupos para el norte, el sur, el oriente y el occidente; a cada lado mandaron separados a hombres, mujeres, niños y niñas, de modo que incomunicaron a todas las familias por el resto de sus días. Aquí pocos conocen su origen familiar, se inventan los apellidos, todos los viejos son sobrevivientes o veteranos de la guerra (víctimas o victimarios), y todas las personas de mi edad nacieron y crecieron en un campo de concentración. Durante tres meses hubo un éxodo masivo de personas que recorrieron caminando todo el país por la ruta demarcada por las minas y los soldados; ajusticiaron a quienes ejercían cualquier tipo de liderazgo: profesores, monjes, políticos, médicos, abogados, periodistas, artistas; y todo aquel que no fuera capaz cultivar la tierra debía morir, pues era necesario disminuir la población para refundar el país y comenzar de nuevo en el que se llamó “año cero”. Además de separar a las familias y esclavizar a la población, los jemeres rojos también acabaron con el dinero y el sistema económico, utilizaron las pagodas como bases militares y cerraron escuelas, museos y hospitales.
Este pueblo, Kep, es el lugar donde se desarrollaron las últimas batallas de esa etapa de la guerra de Camboya, en 1978 con la invasión de Vietnam, el vecino que está a menos de veinte kilómetros de aquí. Desde entonces ha sido un pueblo casi fantasma, donde durante cuarenta años la naturaleza ha hecho su trabajo sobre las mansiones que construyeron los colonizadores franceses que llegaron en 1856. Hoy, con la limpieza de las minas en todo el país, la construcción de carreteras y el renacimiento de la economía, en buena parte por el turismo, muchas de estas casonas están siendo restauradas para construir hoteles y oficinas del gobierno, aunque todavía el centro de la ciudad (si es que aquí hay un centro) está ocupado por muchas de esas fincas desoladas. En algunas de ellas viven familias de camboyanos pobres que las han tomado como propias, con la certeza de que en cualquier momento algún poderoso llegará a desalojarlos asegurando que son de su propiedad, aunque nadie sepa a quién pertenecieron hace cincuenta años, porque después de la guerra en Camboya se aplicó una premisa simple: la tierra es de quien la habita. Algunas casas, muy pocas, tienen grafitis en sus paredes. Cuando pregunté por los artistas me dijeron que son pintados por extranjeros, porque aquí no se habla de rebeldía, aunque los jemeres rojos lideraron un movimiento rebelde y de resistencia que tuvo “éxito” en su momento; tampoco se habla de política, y mucho menos de la guerra, que aunque ya se terminó sigue presente en estas casas que les recuerdan a camboyanos y a extranjeros que aquí pasó algo serio.
Por las tardes, después de terminar mis clases, me gusta coger la bicicleta e irme a andar la ciudad que está a tres kilómetros del que ahora es mi hogar. Me gusta cruzar esos altos muros viejos para entrar a las casas, sola y sin permiso, y buscar en ellas lo que no se me ha perdido. Imaginarme cuál era la alcoba principal, cuántos hijos tenían, cómo eran las fiestas en esos amplios salones de ventanas enormes. Encuentro especial gusto en el baldosín de los baños, y en la forma en que los árboles encuentran camino para germinar entre el cemento. A veces me encuentro con algún camboyano que se asusta tanto como yo al verme entrar, tal vez pensando que seré la rica extranjera que les hará descolgar su hamaca de mi propiedad. Siempre tengo miedo de encontrarme con una culebra o de pisar esa mina que no detectaron las máquinas. Tal vez un día me encuentre un hueso, o un tesoro enterrado, pero lo que más me gusta es encontrar pedacitos de arte efímero en estas paredes de casas desahuciadas, ahí, esperando que pase el tiempo, hasta que los árboles, o el progreso, decidan su futuro.
Texto publicado en Universo Centro No. 78 









viernes, 8 de abril de 2016

Año nuevo 2560



El próximo 13 de abril se celebra el año nuevo jemer en Camboya, Tailandia, Birmania, Laos y una parte de Vietnam. Durante toda la semana cantamos, bailamos, jugamos y comimos, porque no solo se celebra el cumpleaños de Buda, sino la fertilidad y la vida que traen las lluvias que volverán a hacer crecer los arrozales. Esta semana jugamos con agua, mucha agua, como hacíamos en Colombia cuando abril llegaba con sus lluvias mil.
Hoy salimos a vacaciones, y el ritual fue también con agua; una limpieza colectiva del cuerpo y el alma donde los estudiantes, entre flores y lágrimas, nos lavaron los pies a sus padres y profesores, mientras agradecían con humildad y pedían todos los perdones. Fue un ritual muy intenso y emotivo, difícil de entender para nosotros, arrogantes, que nos llenamos la boca diciendo que no nos arrodillamos ante nada ni ante nadie. 
Esta semana me preguntaban todo el tiempo: are you happy teacher? 
¿Cómo decir que no?




  


 




 

 



 

 



 


sábado, 2 de abril de 2016

Canibalismo

Desde que llegué a Camboya me ha inquietado todo el tiempo la crueldad de las personas con el medio ambiente, sobre todo con los animales. Hace un rato pasaba por un ataque de contemplación jipi y me puse a admirar una lagartija chiquita en el techo, fascinada porque se movía como una adulta pegada de la pared, pensaba en lo incompletos que somo los seres humanos. De repente apareció otra lagartija más grande que corrió detrás de ella, y en un veloz ataque, abrió su boca y se la tragó casi entera dejando solo puntica de la cola por fuera de la boca. Entonces me acordé que la naturaleza es cruel, y que nosotros somos solo parte de ella.

viernes, 1 de abril de 2016

El cantante

En mi sesión de música camboyana de hoy me presentaron a este cantante. Se llamó Sinn Sisamouth, se conoce como el "King of Khmer music", y fue muy famoso entre los 50 y los 70. En 1976 fue asesinado durante la guerra por los jemeres rojos, pero hoy sigue siendo una leyenda. Aquí está una de sus canciones y abajo la versión pop.  

Sin Sisamuth - ស៊ិន ស៊ីសាមុត - Sday Sneh Aphorp - ស្ដាយស្នេហ៍អភ័ព្វ - Sday Snea Aphorp

AGO "Sday Snea Aphorp" (Original by Sin Sy Samuth)

miércoles, 30 de marzo de 2016

El cumpleaños de la abuela



Ayer por la tarde comenzaron a armar frente a Don Bosco una carpa de esas que atraviesan en la mitad de la calle aquí en Camboya cuando hay un matrimonio. Durante todo el día mientras daba mis clases escuché música y oraciones. Al terminar pregunté qué era, pero esta vez no se estaba celebrando la unión de dos personas: hoy se cumplen los tres años de la muerte de la abuela de las vecinas de la tienda al otro lado de la calle. Es el final del luto.


Cuando viajo a alguna parte siempre visito los cementerios, pues me gusta tratar de entender la relación que la gente tiene con la muerte, y con sus muertos, y cuando llegué a Camboya pedí que me llevaran a alguno, pero aquí no hay cementerios. Ocasionalmente se ven en el camino algunos monumentos donde los chinos entierran a sus muertos, pero no es que haya un lugar determinado para hacerlo, no sé cómo deciden dónde ponerlos, pero a veces junto a una carretera se ven tumbas de ese tipo, lejos de las casas o de los templos.

En las pagodas también hay unas construcciones que se llaman stupas, que son como unas campanas enormes donde se ponen las cenizas de algunas familias y de los monjes más importantes. Pero en general, cuando muere algún camboyano el ritual no incluye un entierro como nosotros lo conocemos. Aquí creen en la reencarnación. La muerte es el paso para la siguiente vida, y un buen ritual de despedida ayudará al espíritu a encontrar su camino hacia la siguiente etapa, por eso hay que ser muy cuidadosos y cumplir cada uno de los pasos del duelo. 

Cuando una persona muere, el cuerpo se pone en un ataúd y se lleva a la casa. Durante varios días los monjes van a hacer las oraciones, y casi siempre al tercer día se hace una procesión con el ataúd a la que acuden todos los familiares, vecinos y amigos para llegar al templo donde se hace la cremación. A excepción de los monjes, todos se visten de blanco. Luego de la cremación las cenizas permanecen en una casa de madera, que simula una casa de verdad, y después de tres años algunas veces ponen las cenizas en las stupas, pero la mayoría de los camboyanos mantienen a sus muertos en el patio al frente de su propia casa, en unas casitas de madera de colores donde guardan las urnas con las cenizas de sus familiares, quienes los acompañan y cuidan en esta vida. Alguien me dijo que a veces guardan pedacitos de las cenizas de sus seres queridos y las utilizan como amuletos en collares o pulseras, para que estén siempre con ellos. 

Al terminar mi clase conversé con uno de los chicos de la escuela, quien trató de explicarme lo que pasaba al frente, luego me dijo que fuera tranquila, que no le molestaría a nadie porque somos sus vecinos. Llegué al final de la ceremonia de los monjes cuando estaban terminando el rezo y la familia hacía la donación para la pagoda. Luego comenzó la cena, me invitaron a comer pero en mi nulo camboyano logré decir que no (espero que de manera educada), luego hubo música de fiesta.

Son las 10.30 de la noche y se acaba de terminar la parranda, pero la ceremonia sigue mañana, pues junto a la casa donde se guardan las cenizas había dos enormes bolsas de fuegos artificiales que explotarán a esta hora para ayudarle a la abuela a reencarnar, ojalá, en una mejor vida.







domingo, 27 de marzo de 2016

Aprendiendo a ser profe

- What do you think of this picture? 

Fue la pregunta que les hice a mis estudiantes el segundo día de clase mientras les mostraba una hermosa fotografía de National Geographic donde aparece el primer plano de una mujer que llora en medio de otras mujeres en una boda en la India.

- Is ugly, teacher. Respondieron en coro.
- Why do you think it is ugly? Les pregunté, soprendida.
- The woman is crying. People crying is not pretty.

El inglés no es mi primera lengua. Ni mi segunda. De hecho, el inglés no es mi lengua. Soy del tipo de personas que se refiere a una cámara como she aunque sea un it, supongo que eso mismo les pasa a mis estudiantes camboyanos cuando se refieren a un niño como un it porque en su idioma solo se empieza a ser he o she a cierta edad, cuando sos chiquito sos solo un it, igual que una cámara o una lágrima.

Cuando venía para Camboya una de mis preocupaciones más grandes era el idioma, consciente de que ni ellos ni yo teníamos el inglés como primera lengua, mi apuesta fue por llegar a inventarme un lenguaje común, y de manera egocéntrica pensé que iba a ser la imagen, después de todo venía a enseñar teoría de la imagen que incluía fotografía y narrativa audiovisual, y para eso llegué cargada de fotos y videos hechos por estudiantes "como ellos" pero del otro lado del mundo.

Desde la primera clase me di cuenta de que ninguno de los cortos que había traído me iba a servir, pues estoy trabajando con chicos del campo en un país que vive en la edad media con WiFi, la mayoría de ellos no tiene televisión, y ninguno ha entrado a una sala de cine. No tienen referentes audiovisuales más allá de lo que encuentran en Facebook, porque aquí el cine por internet está muy regulado. No han visto Matrix, no saben qué son los Óscars, ni han oído hablar de Marlon Brando. Su cine son los Soap Operas tailandeses de mínimo presupuesto que ven en el televisor de alguna tienda cuando paran a comprar jabón, y las películas chinas que proyectan en la pared del café internet de Don Bosco los viernes por la noche, que son las que les gustan y con las que disfrutan su tiempo libre. Comparados con ellas, los cortos que les traje producidos en nuestra tierrita son violentos, aburridos y difíciles de entender.

Igual que con el lenguaje hablado, ser un she o un it pasa con la imagen, pero uno no lo piensa hasta que llega hasta aquí y se da cuenta. No hay un lenguaje universal. Lo primero que estoy tratando de entender es que aquí no hay diferencia entre la fotografía y su contenido. Si lo que hay en ella les parece feo, entonces la fotografía es fea. Y feo es todo aquello que no les gusta o que les da miedo, como una persona que sufre, un cocodrilo o el fondo del mar. ¿Qué tiene de bonito un árbol? es una mesa sin construir, no hay nada allí; y, ¿para qué fotografiar un gato, si hay miles en la calle?, un cerdo o una vaca son comida, y simplemente it.

La foto de la mujer es fea porque llora. No importan la composición, el color, el foco, el detalle o la luz. Para ellos hay una she donde yo veo muchos it. Hay una mujer llorando, y eso es todo. ¿Lo demás? Lo demás dejémoslo para nosotros, pequeñoburgueses intelectuales que seguimos creyendo que siempre hay más, cuando en realidad siempre debería haber menos. Una foto es lo que comunica, y si ella comunica tristeza no hay por qué decir que es bonita. Más simple no puede ser.

¿Qué les voy a aprender mañana? Son las cinco y no he preparado su clase.

sábado, 5 de marzo de 2016

El karma de Missi y Charly


Missi y Charly son dos golden retriever, un par de hermanos juguetones que tienen más o menos ocho meses, el tiempo suficiente para ser perros grandes, fuertes, e incluso amenazantes para quien no esté acostumbrado a convivir con este tipo de razas. A diferencia de la mayoría de los perros en Camboya, ellos tuvieron la fortuna de crecer entre humanos en una escuela técnica, que además tiene jardín infantil e internado.  Hasta aquí la historia es muy simple, pero la mala suerte es que nacieron en un país donde los perros son comida, de hecho, los perros, particularmente los negros, son un plato muy apetecido en el año nuevo jemer en abril. Es decir que la esperanza de vida perruna en muchos casos es solamente de un año, y cada 365 días se renueva buena parte de la población canina del vecindario.

Hoy Missi y Charly se van de la escuela. Su mantenimiento es costoso, a los estudiantes no les interesa cuidarlos, los voluntarios tenemos demasiado trabajo y no estamos disponibles todo el tiempo,  y sobre todo, algunos camboyanos consideran que por su tamaño pueden ser peligrosos para los niños del jardín infantil que ya han tenido un par de sustos por ataques de cariño exagerados que les han dado los perros. Estamos de luto, pero este drama no sería tan grande si en lugar de labradores se tratara de cerdos o de vacas. ¿Quiénes creemos que somos para decidir que la vida de un animal vale más que la vida de otro?

Missi y Charly se van con un vecino filipino que tiene un hotel. Allá seguirán viviendo entre turistas que los tratarán con más cariño y cuidado del que tienen la mayoría de los niños de este pueblo.  Tal vez sea su karma, o simplemente hay perros con suerte.